Si hay algo que siempre me ha fascinado es el origen de las palabras. De los motivos por los que los primeros hombres dieron peso a las cosas que verdaderamente merecen la pena, nombrándolas. ¿En dónde nacieron? ¿Cuál era su significado original? ¿Se dice igual en otros idiomas?
Sin duda una de las historias más sorprendentes tiene que ver con la palabra «recordar». Recordar viene del latín «recordari», formado por re (de nuevo) y cordis (corazón). Recordar quiere decir mucho más que tener a alguien presente en el corazón. Significa «volver a pasar a alguien por el corazón». Si yo le digo a alguien que lo estoy recordando, le estoy diciendo que lo estoy volviendo a pasar por mi corazón.
Es interesante notar la relación entre «recordar» con «aprender de memoria», en inglés «learn by heart» o en francés «par coeur«. La sede de la memoria se creyó antiguamente que estaba en el corazón, mientras que cuando pasa por la mente puede perderse en el olvido.
Muchas veces se olvida de la importancia del corazón, ése órgano sin el cual nadie podría vivir y por el cuál, se cree, nos enamoramos y nos emocionamos. Para cualquiera que haga teatro, que esté dentro del mundo de las artes escénicas, conviene recordar, de vez en cuando, la importancia del corazón… y conocer su propia historia.
No sé si los entrañables teatreros (aunque ellos prefieren denominarse teatristas) que arman la tercera entrega de Ana se lamenta, en el espacio de La Bagatela, tendrán en cuenta todas estas divagaciones… pero lo que a mí me queda claro es que su apuesta escénica me conmovió profundamente. Ana se lamenta es puro riesgo emocional, puro disfrute actoral, puro entretenimiento pero del bueno, del que te deja pegado en la silla, casi sin respiración, en el que te metes hasta dentro en esas historias tragicómicas cuyo denominador común es… de nuevo… el corazón. Sí. El corazón de cada uno de esos actores que son capaces de encarnar unos personajes que no son maniqueos, sino que muestran toda su complejidad… y, sobre todo, sus grietas. En sus fisuras descubrimos su fragilidad, sus vacíos, su inmundicia, sus valores, sus pasiones.
Dirigidos con mano maestra por Toni Ruiz y Natalia López e interpretados magistralmente por Chema Abellón, Victoria Facio, Fernando Nigro y los propios Toni Ruiz y Natalia López, Ana se lamenta es una obra teatral que todos deberíamos ir a ver y disfrutar cada instante. Nada está dejado al azar. De hecho, otro de los grandes aciertos aparte de la autenticidad como máxima de trabajo, es el de introducir elipsis y «flash forward» (técnica que muchos piensan que proviene del cine, pero que en realidad fue tomada del propio teatro, como también ocurre con el «flash back«, y si no que se lo digan a Serguéi Eisenstein, maravilloso director teatral ruso que después se pasó al cine y dio clases magistrales en el montaje de escenas, primero teatrales y luego en el séptimo arte).
El objetivo de incluir estas elipsis, recalco, es para evitar «paja» en la obra, eludir espacios en donde las palabras o las acciones no aporten nada a lo que realmente interesa, que es la conmoción absoluta. Gracias a los chicos de la asociación La Bagatela y su obra Ana se lamenta uno puede disfrutar en Madrid de artistas a los que les interesa, sin tapujos, el riesgo de verdad, la emoción como horizonte, que les importa realmente actuar de corazón. Bravo.
Crítica teatral de
Ana se lamenta 3ª entrega
La Bagatela (calle Buenavista, 16. Madrid)
Jueves 13 de febrero, 12 horas.